Entrevista de Xavier Oquendo con Gabriel Peveroni
¿Cuáles son los tres títulos de la literatura universal a
los que se acerca constantemente a releerlos?
No soy tanto de releer sino de perseguir lecturas nuevas.
Sin embargo, Crimen y castigo de
Dostoievski lo he abierto varias veces para refrescarme a Raskolnikov. Los
clásicos de Shakespeare siempre son un bienvenido refugio, y poco importa la
traducción o el estado de la edición con que me los encuentre. Y, por último,
las descripciones que hace Bret Easton Ellis de sus personajes, me llevan a
abrir American Psycho o Glamourama en cualquier página.
¿Qué haría por obtener un ejemplar de la primera edición
de algún libro famoso de la literatura y cuál sería ese título?
Mi fetichismo es probable que sea más musical que libresco,
pero guardo entre mis pertenencias algunos tesoros de la literatura uruguaya
del siglo veinte. Un ejemplar de Baco y
las hordas, por ejemplo, que es un extrañísimo libro de poesía publicado
hace veinte años y del que nadie me ha podido decir nada sobre sus autores. Y
es un libro genial. A veces voy hasta la Biblioteca Nacional, simplemente a
constatar que todavía existe el único ejemplar que conozco de La llave en la cerradura, un libro
extraordinario de un poeta uruguayo llamado José Parrilla, publicado allá por
1941.
¿En qué libro ha encontrado su definición de “vida”?
En ninguno en particular y en todos los que de algún modo me
dejan huella. El personaje de Apuntes del
subsuelo, de Dostoievski, es ese mismo looser contemporáneo que aparece en
tantas canciones pop o en las novelas de Easton Ellis. Por ahí encuentro
espejos personales en libros de Nick Hornby, un ejemplo de autor que te enseña
a “crecer”. Pero la definición de “vida” se me escapa, y precisaría la sensación
en fragmentos de diversas obras, en las miradas de muchos personajes frente al
mundo. Hay una novela chiquita como Desde
el cielo, de Alice Sebold, que me encantó y perturbó como pocas, al ser
narrada desde la voz de una niña asesinada. Naif y terrible. Otra gran
enseñanza sobre la vida, en otro estado de la mente radicalmente opuesto,
pueden ser los relatos humorísticos de alta sociedad de Wodehouse. No hay
reglas para aprender sobre la vida.
¿Qué historia de amor de la literatura le hubiera gustado
vivir?
Hay miles de historias de amor, pero hay una sola, la de
Romeo y Julieta, que condensa la pasión juvenil más intensa y auténtica. Debe
existir un momento en cada vida, en donde por un segundo algo explota y lo que
se nos ofrece es representar una vez más la tragedia de Romeo y Julieta.
¿Qué obra de la literatura le gustaría ver en el cine?
Detesto el cine. Así, con esas palabras. A veces me logra
contagiar y me conquista con sus colores y montajes vertiginosos. Por cierto
que ví muchísimas películas, pero siento al punto central de la pregunta –el
pasaje de una obra literaria al cine- como una especie de traición. De todos
modos las cosas se han acomodado, y hay un tipo de literatura, amable y
obsecuente, que le da de comer a la industria del cine. En esos casos, prefiero
ver la película que aburrirme soberanamente en 400 páginas. El factor tiempo,
digamos. Por todo esto, intentaría poner al cine en un aprieto, que tuviera que
bajar de su trono arrogante... así que me gustaría ver, al azar y sin pensarlo
mucho, una versión fílmica de G de
John Berger. Teniendo en cuenta que Tarkovskii está muerto y que Tarantino no
filma historias sin chicas lindas, no creo que ningún cineasta pueda alcanzar
la belleza de la pluma de Berger.
¿A qué autor de la literatura universal considera
injustamente olvidado?
Los olvidos tienen que ver con distintas razones, que van
desde modas estilísticas hasta la dictadura de la pereza y la ignorancia. En
este tiempo histórico a mí me preocupan particularmente los olvidos que tienen
que ver con el lugar que se ocupa en el mundo y con la balcanización –por
ejemplo- de las diferentes literaturas nacionales y regionales. No soy
partidario de hablar de “literatura universal”, así, a secas, porque me suena a
esas colecciones aburridas llenas de polvo que tienen años y años encima.
Detesto la antinomia “música culta-música pop” por falsa y reaccionaria,
simplemente reduccionista. ¿O acaso Mozart no pretendía ser (y lo era) un
artista pop, según los cánones de su época? Y hablando de olvidos, preferiría
centrarme en esos autores geniales que jamás conoceremos, sean contemporáneos o
no. Me encantaría saber que en Japón y en Venezuela se leyera a Mario Levrero,
a quien considero uno de los grandes autores uruguayos del siglo veinte. Me
gustaría levantar la bandera de ese tipo de “olvidados”. Porque sé que no hay
muchos por ahí leyendo textos de Bernard Marie Koltès, por ejemplo.
¿Qué personaje de la literatura le hubiera gustado que
exista, efectivamente?
Todos los personajes que leí y con los que disfruté de sus
aventuras y desventuras, existen. Y no es que existan en las palabras, en el
papel. Existen porque se pegan a nuestras vidas y nos acompañan.
¿En qué personaje de la literatura se ha visto reflejado
en virtudes y defectos?
No quiero volver a hablar de los looser. No son buena
compañía, ni mucho menos sensatas autoreferencias. Pero hay un libro
tremendamente perturbador, para aquellos que somos escritores, que se llama Un mundo exasperado, del español
González Sáinz. El personaje que está allí se parece demasiado a unos cuantos.
Por lo tanto, es peligroso.
¿Cuáles son las cinco palabras que utiliza con obsesión
en su literatura?
Cavilaciones,
Deslizar, Encerrado, Amor, Caminar.
¿Con qué está comprometida su literatura?
Mis escritos guardan compromiso, en primera instancia, con
la literatura. Este compromiso lo concibo en el plano de ser fiel a mi
pensamiento y a las búsquedas que yo creo relevantes en el terreno del arte. No
es un camino fácil. Todo lo contrario. Porque muchas veces prima, para mí, la
forma antes que el contenido. Y eso me ha traído problemas con quienes pregonan
un compromiso del arte con la sociedad, con el cambio social.
¿Cómo sería su vida sin la literatura?
A veces hay que tomar decisiones muy fuertes, personales, para
no caer en la frivolidad más absoluta que nos ofrece la vida contemporánea. No
es fácil escaparle a la medicina que tenemos que consumir, cotidianamente,
desde el arte entendido como masivo. Como consumidor, siempre estoy alerta,
buscando esa librería diferente, navegando en internet, tratando de romper
barreras. Y no hay que perder el tiempo y obligarse, a veces, a dejar de ir al
cine o mirar la tevé. La buena literatura como la buena música y otras artes,
está arrinconada, herida de muerte, y no solo por la dictadura del consumo,
sino por culturas oficiales o construcciones de identidades (por ejemplo la
uruguaya) que coartan la fluidez de productos emergentes y diferentes. Por eso,
como defensor de lo minoritario, estoy siempre en guerra y alerta, y entre mis
banderas está la buena literatura.
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